Apenas se llega a China, después de dos días de viaje, se sucumbe al encanto de una civilización que sabe negociar como ninguna otra. Ya en el aeropuerto tengo mi primera lección: estoy sola y mi inglés es pésimo -por lo que sobra explicarles mi nivel de mandarín-; aparece mi valija en la cinta dentro de una caja: en el tránsito en USA, los federales la destrozaron para poner unas fajas de seguridad blancas y azules a unos frascos de higos rellenos con nueces que les parecieron subversivos.